El Foro Económico Mundial ha subrayado la necesidad de un sistema educativo cuyo objetivo sea educar a los ciudadanos sobre cómo evolucionar en un mundo tecnológico en constante cambio. Un modelo educativo limitado únicamente al desarrollo de competencias clave básicas matemáticas, lingüísticas, científicas y artísticas resulta insuficiente. Es necesario priorizar también el desarrollo de competencias clave críticas y personales, es decir, aquellas relacionadas con el pensamiento crítico, la resolución de problemas, la perseverancia, la cooperación y la curiosidad.
La nueva ley de Educación LOMLOE pretende superar una serie de deficiencias con el objetivo de mejorar la empleabilidad y estimular el emprendizaje: los malos resultados que obtiene el alumnado en las pruebas PISA (Programme for International Student Assessment), las elevadas tasas de abandono escolar y el reducido número de alumnos que alcanza la excelencia.
Para conseguir todos estos objetivos necesitamos educar personas equilibradas que sepan pensar por sí mismas, crear su propia filosofía de vida y perseguir sus metas desde el conocimiento de lo que quieren y lo que no quieren. Para superar los obstáculos, debemos situar el foco en rescatar la importancia del pensamiento crítico y la manera de trabajarlo, empezando por los alumnos de infantil y primaria. A priori, esto puede parecer imposible. Por definición, el pensamiento crítico es la capacidad de analizar y evaluar la consistencia de los propios razonamientos, y que sepamos, un niño en la etapa de educación infantil, no ha adquirido aún dicha capacidad, ¿o sí?
Pequeños pensadores
Los alumnos de infantil y primaria, e incluso secundaria, aprenden a aprender y a pensar de forma implícita, pero no reflexionan sobre procesos de pensamiento esenciales de forma explícita. ¿Enseñamos a pensar a los niños de manera consciente desde edad temprana? ¿cómo se trabaja en la consecución del equilibrio entre el cerebro emocional y el racional para la toma de decisiones?
Los niños muy pequeños también se hacen preguntas. Durante las etapas de preescolar e infantil, el pensamiento crítico implica la habilidad de pensar clara y racionalmente para comprender conexiones lógicas entre ideas. Para que los niños aprendan a reflexionar debemos animarles a convertirse en sujetos activos de sus propios procesos de pensamiento, no en receptores de información o alumnos en prácticas que ponen todo su empeño en imitar comportamientos positivos.
La brasileña Angélica Sátiro, doctora en Pedagogía, lleva décadas dedicándose a la filosofía y el pensamiento con niños en todo el mundo. Los niños comparten con los filósofos preguntas profundas: ¿quién soy yo?, ¿qué hago yo aquí?, ¿qué es la verdad?, ¿qué es la belleza?, ¿qué es ser justo?, ¿qué es pensar?, ¿cómo sé qué está bien? Desde muy pequeños, están intrigados consigo mismos, con el mundo y con los demás. Quieren saber y quieren jugar a pensar. Además, se asombran con todo aquello que no entienden o les sorprende. Esta curiosidad y este asombro configuran una predisposición para filosofar. Y como no dependen de esquemas de interpretación prefijados, pueden explorar el mundo (natural y cultural), los conceptos, y a sí mismos de manera filosófica.
¿Cómo enseñar a pensar?
Los niños ya piensan por sí solos, así que no les hace falta ningún tipo de preparación. Lo que sí hace falta es la preparación del adulto que los acompaña. Es importante potenciar esta sensibilidad hacia la infancia y sus maneras de pensar para, desde ahí, utilizando recursos filosóficos y pedagógicos, ayudarlos a pensar mejor por sí mismos de manera autónoma, crítica, creativa y ética.
La competencia personal, social y de aprender a aprender, debería ser reformulada como competencia personal, social y de aprender a pensar (para aprender). Aprender a aprender es la habilidad para iniciar y organizar el aprendizaje y persistir en él gestionando el tiempo y la información eficazmente. Es la capacidad de saber cómo jugar a un juego y practicar para alcanzar la excelencia, pero sin pararse a reflexionar sobre cosas tan importantes para uno mismo como ¿qué es una regla de juego?, ¿por qué son necesarias? ¿por qué cuesta aprenderlas?, ¿por qué algunas no me gustan?, o ¿cuál es mi capacidad para inventar mi propio juego?
Enseñar a pensar es proponer situaciones que ayuden a presentar, de manera explícita, las rutinas y destrezas de pensamiento con las que todos nacemos y que dan respuesta a todas nuestras preguntas y hacen nuestra forma de pensar más visible.
Un camino por etapas
Para el correcto estímulo y orientación del desarrollo del pensamiento de los niños es necesario atender a la etapa vital en que se encuentra. El psicólogo e investigador Jean Piaget realizó una clasificación de este desarrollo que, en resumen, consiste en:
Los niños conectan con su entorno a través de su cuerpo y almacenan esa información sensorial en su cerebro.
Para fomentar el desarrollo del pensamiento crítico en un niño durante esta etapa inicial podemos promover el conocimiento y la curiosidad, reforzar su responsabilidad, darle confianza, enseñarle a dudar, hacerle preguntas y esperar sus respuestas, ayudarle a comprender la propia forma de pensar y actuar, fomentar su autonomía y permitirle tomar decisiones cuando sea apropiado, transmitirle valores fundamentales, justificar, argumentar y analizar situaciones con él en voz alta, enseñarle a diferenciar lo importante de lo secundario y fomentar el amor por el conocimiento.
El niño es capaz de formar imágenes mentales que le llevan a desarrollar el lenguaje oral y escrito. También desarrolla su capacidad espacial, la creatividad, la imaginación y la memoria histórica, poniendo en palabras sus recuerdos.
Los niños ya elaboran pensamientos concretos y son capaces de utilizar la lógica para llegar a conclusiones.
En estas etapas de desarrollo exponencial, el pensamiento crítico debe seguir formándose a través de otro tipo de actividades que impliquen: no imponer nuestros criterios y dejarles decidir con autonomía, saber diferenciar lo importante de lo secundario, analizar los pros y los contras en la resolución de problemas cotidianos, elegir temas que sean de interés y preguntar por qué ocurren determinadas cosas, buscar explicaciones de la vida en general y sacar conclusiones en grupo para desarrollar valores como la igualdad, la tolerancia y la empatía, realizar actividades de observación en las que el niño tenga que emitir juicios a través de pequeños detalles, preguntar por qué ocurren determinadas cosas, comparar y contrastar e investigar para autocorregirse.
Basándonos en la importancia de educar niños felices que se conviertan en adultos equilibrados, es pues necesario dar espacio al pensamiento crítico: observador incansable, inconformista e inquisitivo, constructor y reconstructor del saber, de mente abierta, valiente, capaz de autorregularse, tranquilo y justo.
Aprender a pensar para aprender es conocer nuestras rutinas y estrategias de pensamiento para diseñar el camino personal e intransferible que nos lleva a aprender a cada uno de nosotros. Si somos capaces de enseñar a los más pequeños a conducir el volante del pensamiento, aprenderán.
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