“Tener una mente es algo más que tener procesos formales sintácticos… la mente tiene más que una sintaxis, tiene una semántica.”
Con esta cita del filósofo John Searle finalizaba el anterior artículo sobre IA, donde repasé algunos conceptos clave para empezar a hablar sobre el tema de la Inteligencia Artificial en educación.
Es fundamental recordar que incluso ChatGPT opera como un modelo probabilístico. Cada modelo tiene configuraciones y datos de entrenamiento que determinan la calidad de sus resultados. Por ejemplo, aunque al principio ChatGPT era incapaz de realizar una simple operación con decimales, ahora genera código para resolverlas con precisión. Aquí reside un primer desafío: desconocer las capacidades reales de un modelo puede conducir a resultados erróneos. Muchos de quienes se acercan a la IA superficialmente o no comprenden su funcionamiento subyacente caen en este error. Las posibilidades de la IA van mucho más allá de lo que un chatbot gratuito nos muestra hoy. Necesitamos una visión más amplia. Con esta perspectiva, adentrémonos en su impacto en la educación, abordando puntos clave.
¿Sustituirá la IA al profesor?
Disponer de un asistente educativo, gratuito y accesible 24/7 es algo impresionante. Abre posibilidades impensables hace una década. Sin embargo, esto genera un intenso debate. Soy de la opinión de que no podemos aceptar el discurso simplista de que la IA jamás podrá sustituir al profesor. Esa afirmación esconde muchos matices. La IA sí sustituirá al profesor. Tranquilo, no te eches las manos a la cabeza (todavía). Sustituirá al profesor, la cuestión es: ¿En qué tareas? Esa es la pregunta que nos debemos hacer y el debate del que no debemos huir.
Tareas como la corrección automática de trabajos rutinarios, la tutoría para resolver dudas frecuentes, la generación de materiales didácticos personalizados o la gestión administrativa del aula son algunas de las capacidades para las que la tecnología ya está preparada. Pero…
¿Hacia dónde vamos? Integración total en nuestro día a día
Posiblemente esto sorprenderá a alguno de los lectores, pues no todo el mundo es consciente de cómo la IA puede afectar a la labor docente. Con un LLM (un modelo de IA entrenado para producir lenguaje, por ejemplo, conversar con nosotros) al integrarse con otras herramientas genera soluciones enormemente útiles, adaptables a multitud de entornos educativos y necesidades. Negarse hoy a incorporar la IA en la enseñanza sería tan anacrónico como habría sido, hacia finales del siglo XIX, prohibir el uso de libros impresos en las aulas: la tecnología ya es accesible, el coste de adoptarla se ha desplomado y su potencial para ampliar el aprendizaje resulta innegable.
A menudo no somos conscientes de la rapidez con que esta tecnología va a estar integrada en nuestro día a día. Los seres humanos somos expertos en adaptarnos, normalizamos en muy poco tiempo lo que durante años parecía imposible. ¿Quién habría imaginado tener una cámara de alta calidad en el bolsillo, hacer videollamadas en alta definición, o consultar la enciclopedia más grande de la historia con una simple pregunta al móvil? O algo, incluso, más estructural, tener Internet allá donde vamos, ¿nos lo hemos preguntado? Coges el móvil y das por hecho que tienes Internet, al igual que cuando abres el grifo hay agua, y cuando das al interruptor hay luz (¡y mira la que se lía si no!). Pronto, asumiremos que, al interactuar con cualquier dispositivo, este tendrá la capacidad de comprendernos, empatizar y asistirnos en un abanico de tareas tan amplio que ningún ser humano podría cubrir.
Sus capacidades y los riesgos cognitivos
Sí, hay personas capaces de superar a la IA en tareas concretas (de momento). Pero no habrá persona tan competente en un espectro tan amplio de habilidades. No quiero abrir el debate sobre si la IA piensa, razona, o incluso siente. Zanjemos un punto: no siente, ni sentirá, pero sí lo podrá simular. En lo de pensar y razonar el debate es más complejo, y se traslada más al campo de la etimología, pero de esto ya hablé en el anterior artículo. Lo que es innegable es que, dados ciertos datos, la IA produce resultados que, en un humano serían fruto de un razonamiento o pensamiento. Si el resultado es idéntico, la palabra es lo de menos; su capacidad, a nivel humano, se equipararía a la de un genio.
Debemos aceptar esta realidad. Por razones principalmente geopolíticas, su avance no va a parar. La clave es cómo la aprovechamos y como educamos a la gente para que el impacto a corto y largo plazo sea positivo. Habrá muchos hitos, cercanos y lejanos y estos dependerán del camino que tomemos. Y es que ya tenemos una máquina que redacta mejor que la inmensa mayoría de la población. Con un objetivo, rol, tono e idea vaga, es capaz de producir textos de calidad superior a la media humana en una fracción de tiempo. Esto puede ser genial, pero, entre otras cosas, ¿hemos reflexionado sobre las consecuencias de dejar de escribir? Especialmente en edades tempranas. Según un estudio publicado en Frontiers in Psychology, la escritura manual activa áreas cerebrales relacionadas con el aprendizaje y la memoria de manera más intensa. Abandonar y dejar de lado la escritura a mano podría mermar ciertos procesos cognitivos. Como con toda tecnología, deberá integrarse teniendo en cuenta un planteamiento pedagógico equilibrado. Pensar no solo es un ejercicio pragmático para transmitir información; es un proceso cognitivo esencial para el desarrollo cerebral. Esto es solo un ejemplo, nos encontraremos muchos más. Una generación que abandona la escritura es una generación que tendrá una capacidad menor en aspectos que igual todavía ni siquiera hemos imaginado (sociales, laborales, etc.).
Riesgos cognitivos y desafíos educativos de la IA
Si bien la IA nos abre posibilidades inmensas, también nos presenta el mayor desafío educativo que jamás hayamos visto. Será una herramienta facilitadora para la inclusión, la adaptabilidad, la mejora individual, pero mal empleada dejará de lado matices humanos indispensables. Conceptos tan simples como entender el error humano o la imperfección, deben arraigar en las mentes de los jóvenes para poder enfrentarse a un mundo que no será “perfecto como la IA que les asiste”.
Más que nunca debemos desarrollar en educación capacidades críticas y creativas. Estas son y serán las que más nos diferenciarán de las máquinas. Muchos procesos que hasta ahora eran exclusivamente humanos, ya no lo son. Esta realidad nos obliga a reflexionar sobre qué debemos fomentar en la juventud (e incluso en adultos que pronto verán sus roles transformados por la IA). La educación debe redefinir su rumbo, no sé exactamente cuál, pero la reflexión es urgente. Es un tema extremadamente complejo, y no creo que la sociedad lo esté abordando con la seriedad que requiere.
La utopía de la IA en educación
Al escribir esto, se me pasan por la cabeza decenas de ideas que me encantaría compartir. Porque creo que la gente no es consciente de la tecnología que ya existe. Y menos de la que surgirá a partir de ella. Mucha gente trata en su día a día con ChatGPT, pero no se ha planteado que por 25€/mes tienen acceso a unos modelos que dan mil vueltas a los gratuitos, y no solo de chats escritos, los últimos modelos de voz son espectaculares. ¿Te has planteado que esa tecnología que usas gratuitamente era impensable hace apenas tres años aunque pagaras millones? Hoy la IA es capaz de generar vídeos indistinguibles de la realidad, voces con carisma, o agentes autónomos que manejan un ordenador para alcanzar objetivos preestablecidos. Todo esto, bien empleado, nos dará posibilidades educativas excepcionales, pero también supone un gran reto que debemos afrontar.
Imagina una persona que te ayude a estudiar en cualquier momento, que observe cómo haces los deberes, que te guíe paso a paso, se adapte a tus particularidades, conoce perfectamente tu historial académico, los errores que has tenido en todos los exámenes de tu vida, que comprende tu estado de ánimo por tu tono de voz. Y, además, que no desfallezca en el intento por ayudar, pese al mal día que estes teniendo o difícil que sea tu avance. Una persona que sea la tutora perfecta. Esa persona no existe y, si existiera, sería inasequible. La tecnología ha llegado para ofrecernos esa utopía, y muchas otras.
Es económicamente viable, pero ¿a qué precio?
La educación que necesitamos (conclusión)
Como en todo, el equilibrio será la clave. Saber cuándo, cuánto y cómo usarlo será indispensable. Y, sobre todo, ser conscientes de que nuestra humanidad reside precisamente en nuestras relaciones imperfectas, de donde surge nuestro crecimiento. La educación deberá aprovechar al máximo el valor que la IA puede aportar. Estoy impaciente por aplicarla, ahora podemos hacer mucho más. La educación, más que nunca, debe analizar qué es lo que los humanos nos pueden aportar realmente. Qué elementos son intrínsecamente humanos y es muy improbable que sean sustituidos por una máquina, aunque esta simule la humanidad a la perfección. Lo que nos hace humanos es, precisamente, nuestra esencia naturalmente humana.
Para ilustrarlo mejor, pensemos en los conciertos: ¿por qué asistimos a uno? Te gusta esa música, ¿verdad? Desde una perspectiva puramente racional, no iríamos a conciertos; escucharíamos la música en nuestra casa, buscando la mejor calidad de estudio con unos buenos cascos. Sin embargo, aunque disfrutamos de la música en casa, también vamos a los conciertos. Incluso sabiendo que habrá un pesado al lado dando palmas a destiempo, otro de cháchara detrás, o un técnico de sonido que se despiste con una entrada. Lo que recordaremos es la experiencia del concierto, no la limpia y perfecta escucha en casa. Los humanos poseemos algo que trasciende los datos y la lógica.
La IA será, para mí ya lo es, una herramienta indispensable. Quien no la use se quedará atrás. Sin embargo, en campos como el arte y la educación, la IA tendrá que convivir con “lo de siempre”. Pues eso es lo que nos define. La IA, como tal, carece de propósito propio. Por eso en educación debemos adaptarnos a estos tiempos, sin olvidar, y más aún, recuperando lo esencial. Porque nosotros, y la educación, sí tenemos un propósito.
Nos esperan tiempos fascinantes, pero no sencillos.
Van a cambiar muchas cosas. La tecnología empleará nuestro lenguaje (escrito, hablado y simbólico), un ámbito que creíamos intocable, que nos diferenciaba del resto de animales y máquinas.
Van a cambiar mucho las cosas. La IA será capaz incluso de simular ser más humana que un humano.
Van a cambiar mucho las cosas. Pero hay esperanza: siempre habrá algo que nos diferenciará. ¿Qué es? Nuestro sentido del propósito, y no tiene sentido que eso cambie.
La IA carece de propósito propio; nosotros le daremos el nuestro. Esa sigue siendo la lección esencial que ninguna máquina puede enseñarnos.
Por: Alfonso Sanz López (@alfon_creatics)



